
En cuanto a Levin, su reflexión sobre el poco apego que han mostrado por la danza los filósofos a lo largo de la historia, se expresa como una hipótesis: "En general creo que podemos decir que los filósofos han negado, de una manera u otra, la realidad de la presencia sensual del cuerpo. Por lo tanto, los idealistas y muchos de los racionalistas sostienen que el cuerpo sensual puede reducirse a, o ser generado por, o de alguna manera absorberse en, el funcionamiento de la mente (la mente en un cierto estado de "pureza" peculiar y no sensual)".
Para Levin la sociedad patriarcal ha enmascarado durante mucho tiempo el temor que le suscita el principio de este arte. "Sospecho que el rechazo surge porque de alguna manera el cuerpo, en su sensualidad (y por tanto principalmente en su juego y en su danza), se identifica con el principio femenino. De manera más específica, está asociada con el dolor intolerable y la frustración que sentimos por la pérdida de la Madre, el cuerpo primordial y sensual femenino".
Desde las primeras décadas del siglo XX la danza comenzó a valorar el papel del hombre como bailarín y de la mujer como coreógrafa. Las cosas cambiaban. Para Levin en estos tiempos, la danza espera del espectador sensible que la vea y la vuelva a contar. "Pues ese contar es la verdadera recepción de la obra de arte; es una dedicación que entiende la presencia muda de la obra y le da, a cambio, el don del aliento".
Imagen. Nadja Saldakova por Gert Weigelt, 1995.
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