lunes, diciembre 29, 2014


¿Cero en ética o cero en photoshop?


Decía el profesor Arnheim que sería menos catastrófico retirar las pinturas de los museos, galerías y en general de las paredes que sacar de circulación la fotografía.

lunes, diciembre 03, 2012

Un rebelde del siglo XVI

Menocchio, un hombre de pueblo, nació en 1532 y murió en la hoguera. El Santo Oficio lo ajustició por la época en la que Lutero se había levantado ya contra el Papa y la invención de Wittenburg, el otro gran suceso del siglo, había permitido la difusión de las ideas.
Se piensa que el torrente de información al que dio paso la imprenta logró perturbar a Menocchio. Es probable que el molinero leyera en desorden, pero también que recogiera un saber popular disperso. Toca imaginar que captó lo que había en el aire y lo articuló a su estilo: la media lengua. En consecuencia, no solo blasfemaba, sino se atrevía a afirmar que blasfemar no era pecado. Su explicación del origen del mundo da pie al libro de Carlo Ginzburg: ´El queso y los gusanos´.
El caso es que al término de sus tareas manuales Menocchio lanzaba peroratas: La tierra, el aire, el agua y el fuego convivían como un gran volumen que poco a poco se volvió una masa. Una masa decía él, como la del queso y la leche. De allí sus conclusiones: Fue en  esa misma masa que se formaron gusanos que más tarde serían  los ángeles. Sí señor. La santísima majestad habría querido que en aquella masa estuvieran Dios y los ángeles. Precisamente, del gran número de ángeles salieron cuatro capitanes: Luzbel, Miguel, Gabriel y Rafael…hizo después Dios a Adán y Eva y al pueblo…y como dicha multitud no cumplía los mandamientos mandó a su hijo al cual prendieron los judíos. Les tocaba crucificarlo.
Es evidente que la charla de Menocchio lo enfrentaba con la Iglesia. Más todavía, con sus prerrogativas. A su juicio, que era poco y zafado dirán algunos, el latín debía dejar de usarse. Era una lengua a la que no tenían acceso los pobres. Solo los prelados y para qué. Para seguir haciéndose ricos. Menocchio no se fiaba de los curas. Confesarse con uno de ellos era como ponerse delante de un árbol, decía sin guardar las maneras. Nada curioso que esos metafóricos organismos de raíz tallo y copas que pululaban en la Santa Inquisición, decidieran que su peregrinaje en el mundo de los vivos había terminado. El  imaginario contracultural de Menocchio,  les era del todo no grato. Y a la hoguera fue a dar el hombre.