lunes, junio 21, 2010

Más moderna que nadie


Dice la mujer: Los precios se han ido a las nubes. Una tienda en San Isidro te pide cuatro veces más que una de Gamarra. ¡Ay!, la tengo tan cerca que me es difícil pasar por alto su conversación. Imposible no enterarme de que hace poco llevó una muestra de tela a esa parte de la ciudad que se ha convertido en emblema del capitalismo popular. ¿Y qué crees? Otra mujer alta no muy delgada la escucha con atención. Compré los treinta metros que necesitaba para forrar la sala por casi nada. ¿Con el mismo diseño?, acota su interlocutora. ¡Síii! El entusiasmo de ambas está fuera de lugar. A fin de cuentas estamos en un velorio. 
El cuerpo de Nicolás con quien trabajé hace un tiempo, yace como una fisura en el cuarto acondicionado especialmente por los curas de una iglesia miraflorina. Ya he saludado a los familiares, ¿qué hago acá? Si compras el cojín de plumas en Saga y la tela en Gamarra, mi tapicero te hace los almohadones que quieras. Registro ahora la alabanza a otro migrante rural. El Felix es de Ayacucho ¡y cose! Gente salida de la nada que creó el comercio popular más grande de Latinoamérica, otra que va en camino a través de la tapicería. Cómo que no funciona la inclusión social. De pronto un tema más personal. La mujer revela el motivo que la llevó a sustituir el forro de sus sillones. Su hija de dieciocho años y su enamorado de veinte, pasan todo el rato que él la visita en la cama de la chica. No bien llega el muchacho, los dos jóvenes se tumban entre los mullidos edredones del dormitorio. ¿Sexo a vistas de la familia? Ella no lo ve así. Es sólo que la tarima de la sala les resulta muy incómoda. En invierno además, la sala está muy fría. ¡Cómo no van a darse una tapada con las colchas del cuarto! Así son los chicos modernos, acota la segunda voz. Me digo que la supuesta libertad con la que la madre encara la educación de su hija es un espejismo. ¿Los chicos de hoy dictan sus maneras a los adultos? Que se sepa la sociedad humana mantiene sus pautas sobre el ordenamiento de la familia, el sexo, la manera de relacionarnos y hasta de consolarnos ante las pérdidas. Sin embargo, vas a un velorio y haces un foro a propósito de facilitar cojines mullidos a tu prole. Siento que en los márgenes de las reglas palpita el perfil de una época. Ahí mismo, donde el alma de Nicolás termina de dejar la materia de la que estamos hechos y se pone en fila en espera del juicio final. Sólo hay que poner la oreja para detectar la manera loca en la que rendimos culto a la modernidad y a los muertos.
Imagen: Paul Cohen.