miércoles, diciembre 10, 2008

La expresión de un rostro


Christopher, un adolescente que estudia en un colegio de niños estúpidos, aunque él mismo se dice que no debiera llamarlos estúpidos, sino chicos con problemas de aprendizaje  (lo que a su vez le resulta impropio porque quién no los tiene); descubre un día que Wellington, el perro de la vecina, ha sido asesinado y decide volverse detective para encontrar al culpable.


La sensibilidad del protagonista cercana a la personalidad de rasgos autistas envuelve al lector. Christopher se siente muy a gusto con Toby su rata doméstica y con las matemáticas. La gente en cambio, le provoca confusión, al punto que en muchas ocasiones comprende la expresión de alguien sólo mirando los dibujos de los rostros que le ha entregado en una hoja su tutora. A cada expresión le corresponde un significado. En cualquier caso, Christopher sabe calmar esos miedos y apaciguar sus ataques de cólera contra quien pretenda rozarlo siquiera, resolviendo ecuaciones de segundo grado. No necesita escribir, le basta formular las operaciones numéricas en su cabeza. Otras veces disfruta cerrando los ojos para que el mundo desaparezca y él pueda reemplazarlo por una línea roja imaginaria sobre la que se siente caminar sin riesgos.

Mark Hadddon, el autor de este relato, inglés también como J.K. Rowling la creadora de Harry Potter, ha escrito más de una decena de libros dirigidos al público infantil, pero los lauros mediáticos le han llegado solamente por "El curioso incidente del perro a medianoche", una novela que ha vendido millones de ejemplares, amén de haber sido traducida a treinta y cinco idiomas.

Me digo que resulta valedera la indicación del joven investigador para orientarse respecto al estado de ánimo de los demás. Dice: "Ahora cuando no sé que me está diciendo alguien le pregunto qué quiere decir o me marcho".

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