La mujer entra y sale del lavabo. Su mirada ausente le quiebra a uno las defensas. ¿Aspira acaso cocaína? Diría que R. soporta con levedad el destino de la oficina donde trabaja. Sobre su escritorio hay siempre dos archivadores y una ruma de papeles. ¿Pero lleva en el bolsillo un gramo de polvo blanco? La pregunta me viene a la cabeza cada vez que la veo instalar su frágil materialidad en la silla ubicada al lado de la credenza. Es curioso, pero cuando se sienta del otro lado, no me pregunto nada. Será que al dejar de ver su perfil no puedo confirmar ya el tono extra pink de sus fosas nasales.
En una de las paredes del cubículo de R. cuelga un afiche. Dice: Paradero final. El texto está en primer plano, pero con letra diminuta se repite al infinito en todo el cartel. El tipo de fuente es probablemente Gungsuh, sino GungshChe, una opción de la última versión del Windows Vista. Digo que me gustaría saber la opinión de R. sobre el afiche y de paso lo que piensa de mí ya que en eso trabajo, pero no me atrevo a preguntarle. Será que en el fondo yo soporto con menos levedad que ella la oficina. A diario que vengo y enciendo la pantalla, me las arreglo para mirar a R. Sobre todo la miro y es ahí que surge la pregunta que me expulsa la tranquilidad. Una de estas mañanas averiguo el por qué. He oído de gente a la que de pronto frases enteras toman por asalto. Las repiten a lo largo del día, sin saber exactamente de dónde provienen o qué quieren decir. ¿Será eso lo que me ocurre?
Tal vez me acerque hoy a R. no bien vuelva del baño. Voy a esperar a que se siente de perfil y comience a cantar. Ayer no tuve que afinar mucho el oído para reconocer que entonaba una letra de Jarabe de Palo: bonito, que bonito te va cuando te va bonito.
Imágenes: James Rielly.
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