viernes, mayo 29, 2009

El atractivo femenino

Las tazas de café humean sobre la mesa al momento en que la conversación enrumba por el lado del atractivo femenino. Las dos amigas coinciden en que el encanto no depende estrictamente de la belleza física. Les resulta sin embargo difícil mencionar el nombre de una mujer por otra causa que no sea la de la belleza. El cine y la publicidad acordonan nuestra memoria con sus actrices y modelos dice A. Sí, anota B. tal vez sea mejor hablar de literatura. El cappuccino no termina de despertarme se excusa C. que se había mantenido en silencio, pero me encanta la idea. Se trata de mencionar a la protagonista de un libro leído o revisitado en las últimas semanas. Un personaje que nada tenga que ver con la divina proporción, precisa B..¿Con qué?, C. confirma su somnolencia. Con el concepto de armonía aclara B..























En realidad, interviene A. es un número que se conoce desde los griegos…se dice, continúa B., que la divina proporción es una relación entre partes. Basta que se dé para que tengamos una sensación estética agradable. Mmmm, C. recuerda entonces que un cuerpo que se dice perfecto, mide ocho veces el tamaño de la cabeza. Se ha despertado finalmente. De pronto tiene en la cabeza a Boo Boo Tanenmbaum. ¿A quién? Es la protagonista de un cuento de Salinger. Recuerdo con pelos y señales buena parte de su descripción. Escuchen: Aparte de la gracia de su nombre, aparte de su falta general de belleza, era -pensando en esas caras pequeñas-, una chica apabullante, definitiva. ¿Se dan cuenta? Boo Boo era ro-tun-da; a-pa-bu-llan-te. Ríen las tres y con un guiño que parece dedicado a lo que tiene en mente, B. menciona a Hertha, una heroína de Sandor Marai. Sin ser bella en sentido estricto observa, hacía preguntarse a los hombres cómo podían existir mujeres así. Se quedaban en silencio, maravillados, como si hubiera algo que no comprendieran del todo. Por lo visto, ustedes hablan sólo de escritores, dice A. y alzando las cejas agrega, lo mío es Capote. Los ojos risueños de sus amigas la hacen pensar que pasan un momento agradable. Sepan ustedes que a Truman las mujeres fascinantes le parecían cisnes. ¿Si? se interesan B. y C. Pero no eran cisnes por su belleza, sino porque habían logrado vencer la fealdad. Claro que los cisnes podían costear el tratamiento de belleza de turno; tampoco es que hubieran nacido totalmente desprovistas de alguna divina proporción. El número de los números acota B. Sí, continúa A., pero su lado fuerte estaba en su peculiar inteligencia. Antes que recitar a Proust, ni en general la presencia de ningún factor positivo como decía Capote, les bastaba la ausencia de un rasgo en particular. ¿Saben cuál era? La autocomplacencia. Entiendo que no se colgaban de su imagen para sentirse bien. Iban por ahí y ya está. Vaya. En este punto todas coinciden en que el tema da para más. Por lo pronto, corresponde mencionar una autora. ¿Qué tal Martha Graham? B. se refiere a la revolucionaria coreógrafa y bailarina estadounidense. ¿No fue ella la que dijo que la fealdad podía ser bella si se gritaba a viva voz?...
Imágenes: Frederick Sandys, Gabriel Rocca.

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