Vi ayer en la tele el programa conducido por el ex-rockero Raúl Romero, miembro de la agrupación que supo retratar la vida en Lima a lo largo de los años ochenta: "Los Nosequién y los Nosecuántos". Si en esa etapa habíamos querido tanto al irreverente vocalista de los NN, el afecto languideció cuando éste se acomodó a la TV.
Le había perdido yo la pista, pero los anhelos de sus canciones me vinieron a la cabeza, al verlo en su papel de animador. ¿Qué anima Romero? Ni canta, ni baila, ni dice agudezas. Acompaña a sus invitados, mientras un auditorio atraído por el hecho de pisar un estudio de TV. lo acompaña a su vez.
Los invitados eran tres estilistas, cuya tarea consistía en reconocer una canción y salir al frente para cantarla. ¿Estilista igual a gay? No siempre, pero como sucede cada vez que se trata de reir en la TV. esa era la segunda intención. Por cierto, sólo uno de los profesionales del cabello daba la nota adecuada, los otros dos parecían haber nacido sin esa parte del cerebro que lo previene a uno para no hacer el ridículo.
No estoy pidiendo programas cultos ni sofisticados, pero basta prender MTV para saber que hay que hay gente que baila y canta en el mundo. También presentadores que sugieren, entusiasman, hacen sonreir o inquietan. ¿Qué se busca entonces en la caja boba local?
Pienso en el término canibalizar que menciona la Dra Hildebrandt en su libro "El habla culta". Significa "devorar, absorver, anular". Le agrego yo horizontes. Queremos ser los más pueriles de todos. Romero está allí para garantizarlo.
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