


Imagen: Martín Puryear.
´Edukadores, una película alemana estrenada el 2005, me hizo pensar en los ideales que se esfuman con el paso de los años. Los personajes son tres jóvenes que viven en el globalizado mundo de hoy aunque imbuídos de un romanticismo que recuerda el de los años sesenta. Sus trangresiones no implican violencia, pero están tipificados como delitos contra la propiedad privada. Por las noches ingresan furtivamente a las casas de gente con mucho dinero sabiendo de antemano que han salido de vacaciones. El propósito no es robarles sino revolver sus enseres. Los adornos se trasladan al refrigerador o los muebles a la piscina para recordar a los habitantes del pequeño palacio que tienen demasiado y asustarlos. Acaso es la manera en que les toca rendir cuentas a los Edukadores, nombre con el que se identifica la célula revolucionaria. Las cosas caminan sin tropiezos hasta que deciden secuestrar al propietario de la casa que habían allanado. El dueño ha regresado antes de lo previsto y los descubre. Huyen entonces hacia una cabaña en las montañas donde en los días sucesivos tendrán la oportunidad de enterarse de aspectos de la juventud de su rehén, un empresario en sus cincuenta cuyo ingreso anual bordea los tres millones y medio de euros. El individuo había militado en los sucesos de mayo del 68 y al igual que los líderes del movimiento estudiantil de ese entonces, había participado de sus consignas. Por mencionar algunas: "Seamos realistas, pidamos lo imposible", "La humanidad no será feliz hasta el día que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista". ¿Qué le había ocurrido? El empresario se confiesa a sus secuestradores. Entre las deudas que se contraen, los pagos que generan nuevas deudas y que exigen a su vez mayores ingresos uno se convierte en cautivo de aquel a quien hubiera deseado confrontar en su juventud revolucionaria. Me sorprendió la vigencia de la utopía en estos jóvenes alemanes. No tanto su urgencia de brindar al prójimo indiferente una educación desesperada. Menos todavía, ese cambio de intereses en la madurez. De la preocupación por lo que sucede en el mundo a la más profunda anestesia. ¿Se encontrará alguna vez manera de prevenir tal descalabro? L atraducción del escrito en la parede de la foto es: "cada corazón es una célula revolucionaria".
Imagen: Yves Klein
Imagen: Richard Lindner
En Bangkok la metaanfetamina es conocida como Yaba, la droga loca. Al decir de los tailandeses entrevistados, el consumo de Yaba está asociado a una resistencia física extraordinaria, al punto que hay quienes trabajan dos días seguidos para obtener mayores ingresos. Trabajo se considera aquí tanto el del pintor de paredes como el de la prostituta, mujeres que vienen de los alrededores de Bangkok y necesitan enviar los recursos que obtienen en la capital a sus familias.
En cualquier caso, sea para experimentar placer o una suerte de invulnerabilidad frente al cansancio y en general frente a las debilidades humanas, asocié el tema a la conducta de todo agresor. La personalidad que forja el adicto me recordó en primer lugar a la del joven catalán al que me refería ayer. A continuación sin embargo, lo relacioné con el deseo de trabajar, acaso de crear y dar nacimiento a la propia obra, motivado malamente por el afán de obtener el mayor rendimiento.
Luego recordé el nombre de Henri Michaux (1899-1984), autor belga nacionalizado francés que se dedicó a a explorar en sí mismo el consumo de drogas. "El miserable milagro" es el título de uno de sus libros, dedicado a la mescalina. El párrafo a continuación es más bien de "Las grandes pruebas del espíritu".
Al igual que el cuerpo (sus órganos y funciones) fue principalmente conocido y desvelado, no gracias a las proezas de los fuertes, sino gracias a los conflictos de los débiles, de los enfermos, de los tarados, de los heridos (puesto que la salud es silenciosa y fuente de esa impresión inmensamente errónea de que todo es miel sobre hojuelas), así también las perturbaciones del espíritu y sus disfuncionamientos serán mis maestros. Más que el demasiado excelente «saber pensar» de los metafísicos, lo que verdaderamente está llamado a «descubrirnos» son las demencias, los retrasamientos, los delirios, los éxtasis y agonías, el «ya no saber pensar».
Imagen: Jennifer Bartlet