Los nudos de Eielson evocan los quipus de los Incas. La voz quechua de un registro visual y táctil que permitía conservar información en cuerdas. El relator de noticias las anudaba y si era necesario les agregaba nuevas cuerdas. Pero el universo poético de Eielson se amplia a otros referentes. La suma de palabras y artefactos de su poesía visual proponen enlaces con una "Red" de interconexiones casi infinita. Su búsqueda de la vida en los datos cotidianos resulta una invitación a meditar sobre ellos de manera extrema.
Cuando Eielson incorpora el imaginario local al lenguaje formal de su pintura, extiende tela sobre un marco para empaparla de colores precolombinos. Dibuja sino, criaturas del desierto evocando la costa peruana. Cuando apunta a lo universal, a lo que él mismo llama "los espacios superiores" dibuja una escalera. Bastan sus gradas anudadas para sentir que como todo objeto bien mirado guarda un sentido más allá de sus formas.
Su poesía evidencia nudos “Que no son nudos”. Son “Nudos que sonríen/ Y nudos que sollozan/Nudos de corbatas/Y nudos de zapatos/ Nudos amarillos/ Que parecen anillos/Llenos de colmillos/Nudos que no existen/pero que resisten/Y resisten/"
Eielson anduvo a la caza de los lazos que acercan las culturas. Precisamente, fue la influencia del budismo zen la que lo hizo encontrar en sus nudos "el silencio que buscaba". Lográndolo,
unas veces estremece, otras arranca una sonrisa.
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