
Naturalmente, suscitan las simpatías de quienes entienden el arte como una pugna entre el realismo y la vanguardia loca. Qué lío. Los stuckistas no son tan tradicionales como podría pensarse. Al enfilar contra el director de la “Tate”, la galería más alharaca del arte contemporáneo en Londres, don Nicholas Serota, se valen del mismo amarillismo que atribuyen a los artistas subversivos.
Una pintura de Charles Thomson, stuckista en toda la línea, mostró en agosto último a Serota examinado una truza femenina. El hombre aparece preguntándose si será o no una pieza auténtica de Emin. Para los entendidos se trata de Tracey Emin, artista plástica que representará a Gran Bretaña en la Bienal de Venecia el 2007.
Thomson y su movimiento batallan contra la complacencia que Serota ha venido mostrando en promocionar el arte conceptual. La cama de Emin con huellas de una noche de sexo y copas, fue exhibida en la “Tate” como una iniciativa a celebrar a fines de los noventa . Arte como no, dijo el círculo de críticos próximo al promotor. Los stuckistas: Una cama no es arte.
Hay detalles privados en los orígenes de una corriente a la que no vacilo en llamar narcicista. ¿Por qué colgarse sólo ellos la etiqueta de verdadera pintura? Billy Childish, cofundador con Thomson del stuckismo, (renunció en el 2001) fue novio de Tracey. Caramba. La hoy exitosa Emin lo canceló el día que consideró que no le seguía los pasos en materia artística. Le dijo entonces: “You are stuck”. Probablemente en un encuentro catártico, Childish y Thomson, resolvieron la revancha y surgió el ¡sí pegados y qué!
Lo que a mi gusto no va, como ya adelanté, es el reclamo de exclusividad del stuckismo. Las artes plásticas, a veces ventanas abiertas a la realidad y otras muros que nos devuelven a la reflexión o a la mera sensación, son un ejercicio para acercase a la vida misma. ¿Por qué los parámetros a tal acercamiento? El gesto es crear, no quedarse pegado.