En una reunión social no hay razón para hablar sólo de banalidades. Estaba en un cocktail el viernes cuando una mujer preguntó: ¿Vieron el noticiero del domingo? Despistada como soy con la agenda televisiva, tuve que decir que no antes de enterarme que una otrora estrella del deporte local había denunciado a su ex pareja porque no la dejaba ver a sus hijos. Todo indicaba que era ella la víctima, pero al decir de quien animaba la conversación el asunto era precisamente al revés. Tras la separación matrimonial, el hombre había tenido que hacerse cargo de los hijos porque su progenitora los maltrataba.
Mi relatora conocía a los protagonistas y había escrito una carta al canal quejándose. ¿Cómo podía fraguarse una noticia hasta tal punto? Agregó que la deportista había tenido también una familia violenta y que quien incurría en el maltrato de un hijo era porque había recibido maltratos también.
Agudo comentario pensé. Se puede constatar que si a uno le tocó una madre que no fue lo suficientemente buena, tiene que vérselas con el hecho de sacar de su psique recuerdos tan poco gratos para no repetir el plato.
La contribución de Freud al respecto es orientadora. Aunque todos tenemos rasgos que podrían identificarse con manifestaciones neuróticas, esas formaciones psíquicas sólo por su número e intensidad justifican el concepto práctico de enfermedad. Lo que una mala madre necesita es pues, asistencia psicológica.
Recuerdo lo que me ocurrió hace poco cuando mostraba imágenes de los mitos griegos a unos niños. Se me coló entre ellas una de Medea y considerando muy fuerte mencionar que el personaje había asesinado a sus hijos, señalé solamente que había sido un poco mala con ellos. Uno de los chicos de ocho años reaccionó de inmediato. ¡Qué fea! Luego hizo un gesto en el aire en dirección a la pantalla y agregó: ¡Yo voy a ser malo con ella también!
Imagen: Medea, de Anselm Feuerbach,1871.
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