Estar en la vida. Alguna rama de la publicidad tendría que poner en circulación la frase para que nos resulte conocida. Puede que algunos la asocien al momento del parto y al llanto inicial que identifica a todo humano como recién nacido. De seguro, son menos los que la relacionan al sentimiento del vivir.
Hablando el lenguaje de Winnicott, psicoanalista que enriqueció la línea dura de Freud, el sentimiento de vivir la vida lleva el sello de una madre que ayudó a su bebe a jugar cada vez con mayor autonomía. Ay, si esos ojos que deben encaminar al niño hacia un desarrollo sano brillaron por su ausencia. La psique paga en años posteriores con una pobre manera de instalarse en la vida. Adiós creatividad, confiabilidad, humor y hasta autenticidad.
Valga subrayar que para reparar esa falta se puede emprender el camino de regreso. La sensación de vacío o sólo el aburrimiento como acompañantes, pueden actuar como motores para emprender el viaje interior que tiene lugar en el espacio terapéutico.
Me he levantado pensando en el Gato de Cheshire, el animal al que Alicia en el país de las maravillas le dedica esta reflexión: "He visto muchísimas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es la cosa más rara que he visto en toda mi vida!"
El cuadrúpedo de Lewis Carrol me viene a la memoria ante ciertos encuentros. Seres apagados, que quedan bien en lo social, al precio de contener su lado más personal. Considerando lo malo de esconderse y que nadie llegue a encontrarte, mi curiosidad me hace lanzar un, ¿hay alguien ahí?
Imagen: Max Burchartz, 1931
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