martes, diciembre 05, 2006

Multitudes con sed


Hay quienes creen que las multitudes están sedientas. ¿Y de qué si puede saberse? Supuestamente de arte, una necesidad atendida hace por lo menos una década por los museos como si de una coca cola para el espíritu se tratara.

El asunto me da para recordar los toques de pasteurización de la exposición de Dalí en el 2005. Recorrí las salas del Philadelphia Museum, adonde se había trasladado la exposición de Venecia, convirtiéndome en testigo del empeño puesto en reiterar el genio de Dalí. A exigencias del marketing, se tendía un velo sobre su lado humano. Se pasaban por alto sus angustias y desfallecimientos,  sus piezas menos logradas y el hecho de haber entronizado la masturbación como tema pictórico. De esto último, ni mús. El audio player adosado a la oreja del visitante, insistía en el enigma creativo del catalán. Vaya forma de calmar la sed.



La exposición actual de Van Gogh en el Museo de Bellas Artes de Budapest que permanecerá abierta hasta marzo del 2007, parece recorrer otro camino. Bate récord de visitantes, aún cuando acaba de abrirse y pretenda desmitificar la leyenda del loco que pintaba rechinando los dientes.
El maestro holandés al decir de la comisaria de la muestra, se presenta como un creador que pese a su desequilibrio psíquico, plasmó oficio en sus lienzos.

Estará más de acuerdo el crítico Robert Hughes quien observaba que si hubo alguna vez un artista cuya obra debiera verse con cuidado y sin prisas, era la Van Gogh en Arles. De parte nuestra, sigue siendo claro que esperamos antes que al loco que lanzaba chorros orgásmicos de amarillo y azul, del que hablaba Hughes, al pintor que inventaba un paisaje logrando que el paisaje lo inventara a él.

Crear y transformarse. Esa es la sed, acaso esa sea también la coca cola para el alma.

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