lunes, marzo 10, 2008

La imitación perfecta


El arte. Un autor lo compara con la excreción del páncreas, de seguro para subrayar la importancia casi biológica que ha tenido la actividad artística en la historia de la humanidad. Sus orígenes datan de veinte mil años atrás. Difícil que un escolar no haya visto alguna vez las reproducciones de los dibujos y pinturas de las cuevas de Peach Merle, Lascaux o Altamira en Francia y en España. El déficit de la educación artística en los colegios priva al estudiante en otro sentido. No lo pone al tanto de que el concepto de arte ha sido cambiante según la cultura y la época de que se trate. Omite que en el mundo occidental hubo un hilo conductor: la intención del artista de imitar la naturaleza, pero que el afán terminó con la llegada del arte moderno.

La tradición se hizo trizas en la segunda mitad del siglo XIX pero hasta hoy, y vale sorprenderse, no hay quien haga saber al gran público que su preferencia por un realismo que cabría llamar visceral, lo deja sin saborear el resto del pastel. La libertad visual que engendró la modernidad es en general ajena al no iniciado. En otras palabras, si una pintura o una escultura no se ajusta a la expresión aquella de ´sólo le falta hablar´, no es arte. Más bien extravagancia, locura y a otra cosa.

Una audiencia con estas características aplaudiría a Zeuxis. Entre las muchas anécdotas del pintor griego figura la de las uvas que por su fidelidad lograban engañar hasta las aves. Se dice que se acercaban al lienzo de Zeuxis a picotearlas. El caso de Pigmalión va en sentido contrario. El personaje, se enamoró de la escultura que él mismo había terminado y a la cual había bautizado como Galatea. Pigmalión deseaba que cobrara vida, favor que la diosa Afrodita le concedió. Ovidio narra su historia en ´Las metamorfosis´.

“Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos”.

Imagen: Pigmalión, Bronzino, 1530.

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