Dice Sloterdijk, el filósofo que cautiva con su peculiar manera de referirse a nuestra situación en el mundo, que las dimensiones interiores del sujeto surgen porque desde muy temprano quien nos quiere es capaz de susurrarnos cantos de sirena. Crecer se convierte así en un hecho ajeno a la sensación de desamparo. Cercano más bien, a la suma de penetraciones enriquecedoras que provienen de esa intrusa bienvenida que es la madre. Con ella o con su figura, que puede asumirla algún/a otro/a que cumpla con facilitar el desarrollo del nuevo ser, se inicia el amoblamiento psíquico.
Los humanos nos relacionamos como esferas que muy tempranamente entramos en contacto.
Las malas madres en cambio, condenan a vivir la existencia como una burbuja vacía. Su estilo de intimidad no sirve para crear un interior protegido. Por el contrario, convierte el adentro en un lugar hostil donde se instala una voz que quiere hacer más difícil la posibilidad de existir. Una voz destructora antes que aliada.
No todo está dicho definitivamente. Quien no tuvo la fortuna de un buen inicio, lo puede reparar. El trabajo psíquico es el aprendizaje de la confianza, la ruta hacia el encuentro de una voz aliada. Armonizar la propia casa psíquica es el requisito para encontrar en los otros potenciales voces aliadas.
Las burbujas bien nutridas viven para estallar, se hacen autónomas, convirtiéndose ellas mismas en generadoras de nueva vida.
Tal vez el bien más preciado sea contar con un aliado en el propio interior.
Imagen: Matisse.
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