Transcribo unos párrafos de Tom Wolfe en "La palabra pintada". Para el escritor norteamericano el esnobismo fue inherente al mundillo norteamericano que aplaudió el arte abstracto. A juicio de Wolfe, el estilo que encumbró a Jackson Pollock como su máxima expresión, no fue sino una pose. Se decía gozar de un arte indescifrable por sentir la pertenencia a un mundo de ricos snobs. No en vano habían intervenido en la exaltación de la abstracción, Abby Aldrich Rockefeller, fundadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA); y Peggy Guggenheim galerista sobrina del patrocinador de otro museo nuevayorkino que lleva hasta hoy el apellido de su familia.
"Peggy Guggenheim se llevó consigo a Jackson Pollock. El era un desconocido, un cubista marginal. Ella, la sobrina de Solomon Guggenheim y el centro del círculo artístico más chic de la ciudad durante los años cuarenta, un círculo que tenía en cartel a famosos maestros del arte moderno que habían llegado huyendo de Europa ( lo cual incluía a su marido, Max Ernst), intelectuales de la ciudad (...).
Peggy Guggenheim conoció a Pollock(...) y le fijó un sueldo mensual, lo orientó a la escritura automática del surrealismo (a Peggy le encantaba el surrealismo), le instaló en la calle 57 (¡soñada calle de la Ciudad!) con su primera exposición celebrada en la más chic de las salas modernistas de Nueva York, la Art of This Century Gallery (...) La Consumación fue completa y Pollock un éxito, antes incluso de que el último cuadro fuera colgado, se abrieran las puertas y se sirvieran los primeros Manhattan (¿recordáis los Manhattan?) de la noche inaugural".
Para preguntarse si es tan así. Si sólo las fortunas conducen la opinión que tenemos del arte y los artistas.
Imagen: J. Pollock, 1947
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