Voy en más de la mitad del relato enterándome del ascenso al olimpo de los siete pilotos seleccionados por la NASA para convertirse en astronautas. La palabra astronauta se inauguró entonces, en los los años de la guerra fría. EE. UU. había comenzado a ver visiones con el lanzamiento del Sputnik 1 ruso en 1957 y como para salir del autodesprecio que le inspiraba haber sido superado por la tecnología oriental, decidió lanzar el primer hombre al espacio.La verdad al decir de Wolfe era que el proyecto necesitaba conejillos de indias. Sin embargo la misión de montarse en una cápsula para permanecer inmóvil y lleno de cables se mistificó al grado que la prensa consiguió crear ante la opinión pública, "siete héroes, siete guerreros celestes, siete patriotas". Los nuevos dioses tenían "lo que hay que tener" para librar del terror a Occidente. El comunismo no pasaría. La humanidad estaría en adelante a salvo con quienes tenían la cualidad precisa para lograrlo, sin dar mayores detalles de ese "lo que hay que tener".
Hizo eco de la silenciosa cualidad la revista "Life" que pagó $500,000 por difundir en exclusiva los avances del proyecto. Sus héroes y sus esposas serían sólo entrevistados por sus reporteros. Un mono hubiera bastado ya que hasta en este campo funcionaban los retoques. Nadie podía tener detrás ninguna historia traspasada y en caso la hubiera la prensa estaba allí para disimular el detalle, el grano del alma. ¡Que perfecto todo!
Tomen nota del poder de la prensa, un hecho que de político se traslada a existencial. La realidad está donde... ¿Dónde? Yo vuelvo a mi lectura.
Imagen: Richard Lindner.
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