Para Yves Klein el artista francés que falleció a los treinta y cuatro años, el mundo era de color azul. Lo recuerdo al enterarme que dupletea en dos galerías europeas. Una muestra individual en el Museo de Arte Contemporáneo de Viena (MUMOK) evoca su revolución en azul y la otra en el Gran Palais de Paris lo presenta como figura sobresaliente del Nuevo Realismo, corriente de la que fue uno de sus lideres.
La presencia de Klein en la agenda actual hace pensar en un sentimiento que permanece. El desconcierto del espectador frente a las iniciativas del arte contemporáneo. Maestro de la provocación y el escándalo, Klein había patentado su color favorito bautizándolo como el International Klein´s Blue. Hasta los cocktailes de sus vernissages lucían la tonalidad IKB.
A venticinco años de su muerte (1962) se puede todavía preguntar ¿qué buscaban los por entonces nuevos realistas? La respuesta: Hacer arte con los desechos de la sociedad de consumo. Es decir nada de Madonnas ni de paisajes románticos. Sus artistas se resistían a plasmar su talento en un cuadro que en virtud de su belleza debía decorar. Promovían el examen minucioso de los desperdicios de cada quien. Su lema era dime lo que tiras y te diré quien eres.
Miren aquí abajo la pieza de otro de sus seguidores, el también francés, Arman.
Tal vez sea cosa de tomar un mayor contacto con el deseo del arte contemporáneo de renunciar a las maneras convencionales. Tal vez se trate de sintonizar con la ironía de sus propuestas y de ponerles claro, un límite. No todo lo que abre un interrogante a nuestro sentido de la vista puede llamarse buen arte. No todo desafío a la tradición visual tiene por qué considerarse maestro. Ni siquiera cuando alguien nos dice que el mundo es azul.
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