LLegué a la ventanilla del teatro pensando comprar entradas para algún día de la semana. La última vez había querido ver una comedia y las localidades estaban agotadas. Ayer por la noche, sorpresa. Tengo para el martes me dijo la vendedora, pero si gusta le regalo dos tickets para hoy. ¿Hoooy? ¿De regalo? Dudé. Es una función gratuita de Cable Mágico y tiene que entrar ya, insistió la mujer con sonrisa de hada. Vaya, la función estaba por comenzar. Mi acompañante y yo nos acomodamos en las butacas numeradas al sonar la segunda campanada.
"Art" se anuncia como una reflexión sobre el arte y la amistad. Los personajes son tres amigos. Mark, ingeniero de profesión casado, no tolera que Sergio un dermatólogo divorciado, haya comprado una pintura de 1.60 m x 1.20 m, un auténtico "Andrews", por cuarenta mil euros.
Para Mark el cuadro es sólo un color blanco que no dice nada, una auténtica estafa. Sergio lo ve como el punto de partida de una experiencia estética. Encuentra en su superficie tonalidades que le sugieren inefables estados de ánimo. Agrega a su gozo el orgullo de que el Museo de Arte de su ciudad tenga otras piezas del autor. Ninguna como su "Andrews".
El tercer amigo es Iván de cuarenta años, a punto de contraer matrimonio. El hombre no tiene profesión conocida, ni ambiciones particulares. Lo suyo es el diván del psicoanalista y el valor que asigna a los lazos amicales. En el fondo le da igual contentar a Sergio como a Mark en cualquier disputa.
La obra ventila el tema de las jerarquías en un grupo. Las cosas han marchado cuando Sergio ha seguido el criterio de Mark, un individuo que presume de gustos firmes. Se considera a sí mismo pensante, práctico y muy al margen de todo aquello que él mismo considera la moda. Arte para él, son los paisajes, mejor que sean románticos.
Al parecer Sergio se ha inclinado desde no hace mucho a valores más urbanos. Conoció gente y se vinculó al circuito oficial del arte, sección adoradores de cualquier novedad que pueda considerarse contemporánea.
Mark y Sergio se aferran a lo suyo como si no hacerlo los fuera a conducir directamente hacia el abismo. Ninguno quiere aprender del otro, ni le exige tampoco razonar sobre sus planteamientos. Como si se tratara de dos toros, se embisten y hasta lanzan bufidos ante la actitud atónita de Iván que añora el laissez faire anterior a la aparición del "Andrews".
Desde mi interés por el arte visual diré seguidamente al reconocimiento del valor teatral de la obra que divierte y entretiene, que despista en materia artística. Al espectador no le queda sino pensar como Mark y censurar o reirse de Sergio. ¿Cómo puede haber gastado ese dineral en un lienzo en blanco?
"Art" se anuncia como una reflexión sobre el arte y la amistad. Los personajes son tres amigos. Mark, ingeniero de profesión casado, no tolera que Sergio un dermatólogo divorciado, haya comprado una pintura de 1.60 m x 1.20 m, un auténtico "Andrews", por cuarenta mil euros.
Para Mark el cuadro es sólo un color blanco que no dice nada, una auténtica estafa. Sergio lo ve como el punto de partida de una experiencia estética. Encuentra en su superficie tonalidades que le sugieren inefables estados de ánimo. Agrega a su gozo el orgullo de que el Museo de Arte de su ciudad tenga otras piezas del autor. Ninguna como su "Andrews".
El tercer amigo es Iván de cuarenta años, a punto de contraer matrimonio. El hombre no tiene profesión conocida, ni ambiciones particulares. Lo suyo es el diván del psicoanalista y el valor que asigna a los lazos amicales. En el fondo le da igual contentar a Sergio como a Mark en cualquier disputa.
La obra ventila el tema de las jerarquías en un grupo. Las cosas han marchado cuando Sergio ha seguido el criterio de Mark, un individuo que presume de gustos firmes. Se considera a sí mismo pensante, práctico y muy al margen de todo aquello que él mismo considera la moda. Arte para él, son los paisajes, mejor que sean románticos.
Al parecer Sergio se ha inclinado desde no hace mucho a valores más urbanos. Conoció gente y se vinculó al circuito oficial del arte, sección adoradores de cualquier novedad que pueda considerarse contemporánea.
Mark y Sergio se aferran a lo suyo como si no hacerlo los fuera a conducir directamente hacia el abismo. Ninguno quiere aprender del otro, ni le exige tampoco razonar sobre sus planteamientos. Como si se tratara de dos toros, se embisten y hasta lanzan bufidos ante la actitud atónita de Iván que añora el laissez faire anterior a la aparición del "Andrews".
Desde mi interés por el arte visual diré seguidamente al reconocimiento del valor teatral de la obra que divierte y entretiene, que despista en materia artística. Al espectador no le queda sino pensar como Mark y censurar o reirse de Sergio. ¿Cómo puede haber gastado ese dineral en un lienzo en blanco?
El tema es arduo y tal vez una manera de abordarlo sea tomar contacto con el estadounidense Ad Reinhardt (1913-1967). Dice James Gardner, crítico de arte, que al pintar el último de sus lienzos negros en 1966 creyó firmemente que acababa de matar la pintura. No ocurrió. Un año después Reinhard había muerto y la pintura seguía viva. Desde siempre ha sido propio de las vanguardias, discurre Gardner, el actuar como enterradoras del lenguaje visual que las precedieron.
Aún así, es un hecho que el arte abstracto sigue interesando a artistas y espectadores. ¿Por qué no? ¿Equivale acaso a andar por el mundo en busca de becerros de oro? Explorar no es idolatrar. Más bien una búsqueda que invita a mirar y a mirarnos. De seguro un juego que no jugaban los tres amigos de "Art". Usaban más bien el arte como pretexto de sus deseos de no mirar.
Imagen: Ad Reinhardt
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