Hoy feriado en Lima por celebrarse el día de Santa Rosa, traté de pensar qué me ligaba al personaje santificado hace más de cuatro siglos. Me vino a la cabeza el dibujo de Sérvulo Gutiérrez, pintor local que al decir de la crítica fue una figura clave entre las décadas de 1940 y 1950; y recordé también que alguna vez había ido de paseo a Quives, un poblado ubicado a sesenta kilómetros de la capital donde la santa vivió con su familia siendo niña. Su casa se ha convertido en lugar de peregrinaje.
Isabel Flores de Oliva como se llamaba doña Rosa, entró a la orden dominica la misma a la que perteneció Catalina de Siena. Al igual que la europea vivió también arrebatos místicos. Según su propio testimonio se le apareció el niño Jesús cuando se encontraba orando a la Virgen María y le dijo que la quería por esposa. Ella le dio el sí y decidió irse a vivir a una ermita construída en un aparte del huerto de su casa. Salía para atender a gente del pueblo a la que le brindaba consuelo y para rezar en el templo. Se le identificó tempranamente como santa por su caridad. Se sabía que hacía penitencias y sacrificios. Ayunaba y se flagelaba.
Santa Rosa murió a los treinta y un años. El Papa Clemente X la canonizó en 1677 dándole el título de Patrona del Nuevo Mundo y de Filpinas. Qué poco conozco de la vida de Santa Rosa, he terminado diciéndome, pero es que tampoco he encontrado la forma de acercarme a ese impenetrable mundo de autocastigos como vía para la expiación del alma. Amén, que la excesiva simbiosis entre el cuerpo de la mística y la fuerza sobrenatural que parecía alentar su entrega no me convence, dicho con todo respeto, como cosa de este mundo. Pensar, escribir, o vivir un feriado mas bien sí.
2 comentarios:
Me siento partícipe de tus reflexiones. Creo que... quizá no todos pero algunos de estos hombres y mujeres que fueron santificados eran un poco... arrebatados quizá? Saludos desde Madrid españa.
Arrebatados suena bien, José. Definitivmaente prefiero ese lenguaje al psiquiátrico.Saludos.
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