Cuando alguien leído se burla de otro leído, o de ciertos pasajes de la historia del arte, sale a relucir la ironía más feroz. En su "Diccionario de las Artes" el español Félix de Azúa deja en claro que el arte abstracto le produce poco menos que escozor. En la entrada "abstracto" escribe que la abstracción fue una batalla emprendida por un puñado de esotéricos y místicos que no encontraron mejor manera de librarse de la locura que los amenazaba.
Según de Azúa, lo que hicieron Kandinsky, Malevich y Mondrian entre 1910 y 1915 fue reaccionar contra la abundancia del mundo y zafarse de la angustia que sentían ante la indiferencia de la naturaleza. Acabaron con ella reemplazando bodegones, retratos y paisajes por pinceladas y brochazos.
¡Qué ligereza!, el escrito parece más en caja en la entrada "vanguardia" donde se lee que en los productos artísticos, a diferencia de la tecnología, no puede considerarse el progreso. Sin embargo de Azúa pide autorización al lector para definir la palabra "tanteando lo que algún sabio debe de estar ya escribiendo con toda la severidad necesaria".
El diccionario es defintivamente una cana al aire. De Azúa confirma su falta de tono al señalar que ya no cree como antes en la muerte del arte. Miren el argumento: "El escepticismo con el que considero la vida después de la muerte me aconseja ser también muy escéptico sobre las posibilidades de que haya una vida antes de la muerte"(?).
Imagen: Malevich, 1923-29
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