Me sentí feliz esta mañana al encender el auto y comenzar a recorrer las calles silenciosas y llenas de sol. Para ser más precisa tendría que decir, las calles sin gente y con una luz incomparable. Casi aplaudo al comprobar la incomparecencia de la neblina en el horizonte del malecón de Miraflores. La tonalidad gaseosa suele apoderarse del litoral en esta época del año y al desaparecer dejaba el mar al descubierto. Qué mejor podía pasarme no teniendo yo más que hacer que vivir el feriado con el ritmo de la escritura del chileno Roberto Bolaño en la oreja. He comenzado a leer al autor ya fallecido y aunque no sería justo decir que me he vuelto una
fan suya, estoy segura de que lo seré al conocer más de su obra. Considero desde ya que me lo estaba perdiendo y no sólo por las opiniones que recoge su editor en la contratapa de uno de sus libros: uno de los escritores latinoamericanos imprescindibles de nuestro tiempo. Y más: uno sonríe de obnubilación o admiración.
Ha sido una cuestión de clic. A ver que pasa con ustedes si les dejo algo del humor del mismo Bolaños. Dice: No recuerdo que escritor dijo que Dios no debía existir porque si fuera cierto que estaba en todas partes, las puertas automáticas siempre deberían estar abiertas. Anoto que Bolaño descarta enseguida la hipótesis al contar que su hijo de ocho años había logrado acercarse a las susodichas puertas sin que se abrieran. Un asunto de inclinación al juego, voluntad y técnica, que definitivamente nunca sabremos si emplea también el creador del universo.
Imagen: Roberto Bolaño (1953-2003).
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