martes, julio 01, 2008

Ojos vidriados

Patricia Higshmith, autora de intrigas de corte psicológico, hubiera hecho una novela con la historia. De mi parte no esperen más que una confesión. No me hizo mucho bien escuchar la conversación de dos mujeres sentadas a mi lado en un café de San Isidro. El mozo me acababa de traer el caramel frappuccino que le había pedido y una revista de ¡carros! Jamás la hubiera elegido entre la ruma de publicaciones que se veían en el estante del local. Tan sólo pegarle una ojeada me pregunté si la iniciativa del tipo obedecería a alguna estrategia publicitaria o sería sólo que andaba en las nubes. Pueden suponer que enterarme de las ventajas del último Ferrari quatroportte, me traía sin cuidado. En todo caso debía estar yo de un ánimo particular, porque tampoco me preocupó detectar en mi interior una inclinación al chismorreo que sin más me hizo comenzar a prestar atención a la conversación de al lado.

Haciendo un resumen diré que la mujer que llevaba la voz cantante se había mudado hacía poco y que la noche anterior, cuando estaba en la salita de la parte posterior de su edificio, en realidad un balcón de cara a un parque más o menos privado (pasea por allí uno que otro transeúnte) comenzó a escuchar el diálogo telefónico de uno de sus vecinos. Si hermano todo irá bien. La mujer se preguntó si alguna vez se habría cruzado con el dueño de la voz en el ascensor. El sonido salía del piso de abajo y el hombre también en su balcón, no parecía reparar en que podía ser escuchado por alguien más. La inversión está hecha continuó, pueden ustedes venir a Lima en cualquier momento. Hubo una pausa y como si estuviera en un cine mudo pero de imágenes, la mujer oyó una voz femenina. Te advertí que no entraras en eso, dijo. No te metas tú ahora en esto, retrucó él. Pasó un minuto en el cual la narradora dedujo que el hombre marcaba el número de su socio. Era perfectamente posible, dado que comenzó a hablar con alguien sobre la visita que tendrían. Finalmente le soltó: Tendremos que darle vuelta o nos meterán adentro.


En este punto la interlocutora de quien contaba la historia lanzó un ¡no!, y como si no pudiera armar una oración completa, una seguidilla de palabras:¡Desfalco!, ¡homicidio!,¡la policía! En lo que a mí respecta el caramel frappucino me quemó la garganta. El calor se propagó enseguida por el resto de cada una de las porciones con las que un escolar identifica la materialidad humana: cabeza, tronco y extremidades. Metí la nariz en la revista que había dejado sobre la mesa intentando tranquilizarme. Quería encontrar sentido a mi lectura sobre el último coupé salido al mercado, pero no pude evitar darme cuenta de que las dos mujeres pedían la cuenta. Sencillamente se iban a ir sin que yo hubiera resuelto lo que me tocaba hacer.

Y se fueron. Esperé todavía un rato en la mesa antes de decidir que lo que había oído no eran mis cebollas. La traducción de la expresión que se usa en francés a propósito de algo que no nos incumbe resulta forzada, pero pueden estar seguros de que no hablo de cebollas por gusto. La planta que tiene tantas capas y que hace llorar, bien podría ser un emblema de algunas situaciones que se nos cruzan en el camino. Cuando dejé el café no sabía bien qué hacer, una cuestión de capas. Mis ojos además lucían vidriados, estaba llorando.

Imagen: Fernand Leger.

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