El paisaje sonoro de Lima es un solo de fusiones. Quienes hacia mediados del siglo XX cambiaron la sierra por la capital situada en la costa como lugar de residencia, se convirtieron en protagonistas de un fenómeno que se conoció como desborde popular. Gente de campo que se afincó en Lima sin hacer a un lado sus tradiciones, comenzó entonces a amalgamar su cultura con versiones de otras corrientes migratorias, la de asiáticos, africanos, europeos y norteamericanos.
Los limeños de origen andino han logrado hoy tener una presencia significativa en los medios de comunicación. Circula en éstos un sonido popular identificado como música chicha. Las calles, incluso de los distritos residenciales, se han llenado de los ocasionales llamados de los cobradores de las Combis, vehículos públicos que arremolinan en las esquinas colas de apresurados viajeros. Las sonoridades de la gente de trabajo incluyen la voz del afilador de cuchillos, del vendedor de helados, la del comprador de periódicos y revistas usadas. Mas allá, en medio del silencio de los cerros se entonan cantos por el día de difuntos en el cementerio más grande y pobre de Lima. Todos estos sonidos han sido recogidos en esta muestra que sorprende y que hay que aplaudir.
Mención aparte para los Quipus, herramientas de escritura en el imperio incaico transformados en audífonos, y para los Umachucos, palabra quechua que nombra a cascos protectores usados por los Incas. Los organizadores de Lima Sonora los han convertido en una suerte de Ipods de raíces precolombinas. Por lo tanto nada minimales. Mas bien vistosos, coloridos. Casi naves para aislarse del trajín visual y entrar en la onda sonora.
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