El cuerpo me juega una mala pasada. En plena madrugada aquí en Yokohama, me vuelvo a despertar como si estuviera en Lima a la hora del almuerzo. Porsupuesto que ya no duermo. Sigue que aunque la descompensación de marras bien me pudiera estar haciendo vivir en un estado de omnubilación, confirmo mi admiración por las maneras japonesas. Hablando en serio, es probable que los días que me quedan en este lado del Pacífico mi dulce organismo se mantenga en sus cuatro. No quita que vaya a dejar de valorar la amabilidad de los humanos de esta parte del mundo. Pienso incluso que habría que convertirla en materia de aprendizaje para algunos gremios allá en Lima. Los conductores de Ticos por ejemplo, alcaldes afanados en destrozar, dizque a ejecutar obras públicas sin sentido, locutores de televisión que leen noticias con la mente en blanco, futbolistas que van de la pelota a la vedette y no hacen goles, choferes particulares que consideran las pistas sus veredas privadas, empresas robotizadas que ofrecen sus servicios solo por teléfono, y marque uno, y dos y ahora su número de tarjeta de identidad y al fondo del túnel lo esperará un operador que...en fin. Lo que logra una tradición que trata de tener presente al otro es ya un tema de meditación. Estuve en una ceremonia del té liderada por un grupo de damas locales enfundadas en el kimono de rigor, cierto que una me confesó que su traje no era de seda sino wash and wear. A la demostración práctica sobre el modo de preparar un poco de polvo verde con agua, se le agregaba eso sí, otro significado.
La consigna puede entenderse como el afán de paladear un brebaje en una atmósfera determinada. La intención es propiciar la armonía, el respeto, la pureza y la tranquilidad. Se tienen en cuenta las herramientas, los ritmos de quien hace el té y su intención de compartir un momento grato. Al inicio se entrega al convidado un par de dulces que dejan la acidez de la boca a punto para el ingreso de una bebida amarga. Luego de la explicación hubo voluntarias para imitar a la anfitriona, como se ve aqui abajo. En mi caso, mis dotes más visuales que culinarias, me llevaron a hacer fotos. Intenté, sí, que mis clics fueran armónicos, respetuosos, tranquilos y hasta puros. Mi cámara lo entendio así. Total, es japonesa.
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