Si para quien no se mueve en los predios del arte contemporáneo, el sentido de sus instalaciones, perfomances, e incluso de algunas pinturas tiene poco sentido, para los que no vemos la cosas desde tan lejos, tampoco el asunto es sencillo. Me digo que para esclarecer el tema viene a cuento el lenguaje de un teórico como Braudillard (1929-2007), el francés que hace algo mas de diez años causó tremendo revuelo con 'El complot del arte', ensayo de corte conspirativo que apareció en el diario Liberation. A mi modo de ver no se toma partido cuando se cita a tal o cual autor, es más bien una manera de corroborar en la práctica, si su enfoque ilumina el convulsionado mundo de las imágenes que reclaman hoy pertenecer al mundo artístico.
Una primera consideración braudilleriana. A partir de cierto momento, las vanguardias hicieron a un lado el modelado de las formas con las que contaba el espectador para salir de la vida cotidiana y vivir una ilusión. La avidez por nuevas sensaciones hizo que los artistas se entregaran a acciones que introducían el mundo cotidiano en el hasta entonces poco menos que sagrado terreno del arte. El precedente lo estableció Duchamp a quien se le ocurrió firmar un urinario y enviarlo a una galería donde debía compartir honores con piezas definitivamente mas tradicionales. La iniciativa conllevaba un ¿quieren originalidad?, aquí la tienen. Cualquier objeto listo para llevar (ready made) podía en la propuesta de Duchamp, entenderse como arte. Bastaba el gesto del artista y su intención de provocar el escándalo del espectador (para hacerlo sentir vivo). Un dato fundamental es que Duchamp y su urinario pertenecieron a otra época, a un 1917 en el cual el hecho bien pudo causar una reacción propiamente estética, esa de los vellos de la piel que se paran. Cabalgan el aire. Era la primera vez de un tal atrevimiento. Hoy en cambio, cualquiera de los museos que exhiben alguna de las reproducciones de la célebre pieza reciben al visitante, antes que para que éste viva una experiencia estética, para que la vea en plan turístico- documental.
es así que cien años después, un artista conceptual fallecido como lo es el cubano Gonzalez Torres al que me referí ayer, muestra en el MALBA un lecho de caramelos. Desde la mirada de Braudillard, se trata de una conversación del arte consigo mismo, de ningún modo con el espectador quien en vez de vivir un contacto vital con el objeto encuentra sólo una idea. La alfombra de caramelos resulta asimismo tan visible, que extermina su mirada. ¡Si no hay nada que ver! Ese mundo falsamente transparente ha logrado evaporar el sistema que permitía emitir un juicio o experimentar placer estético. Yo-espectador, retiro entonces un caramelo del suelo y me lo llevo a casa. Me hago cómplice de una ironía que me deja en mejor posición que mirar alrededor y exclamar ¡esto no es arte! Al fin y al cabo, he pagado el precio de la entrada.
Dice Braudillard que la estupefacción del espectador funciona como la culpa de no entender, sentimiento con el que precisamente especulan quienes estan a cargo del complot del arte. Sálvense quien pueda. Braudillard asume que en realidad el espectador sabe a medias del engaño y lo manifiesta con su creciente indiferencia hacia eventos de este corte. Del lado del artista, participa a su manera en el entripado. Soy nulo se dice, en realidad no hago obras en las que demuestro una particular habilidad. Y a juicio de Jean Braudillard, realmente es nulo. Los artistas contemporáneos han suscrito su participación en una dictadura de imágenes que es una dictadura irónica. Su fetiche es el concepto, todo un reflejo de la desilusión que nos produce el mundo hoy...¡Vaya con el complot!
Imagen:Felix Gonzalez Torres. (Ojalá una pareja humana funcionara tan al unísono como los dos relojes).
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