Una lectura sobre "L´Art pour l´Art", la corriente artística que nació en el Paris del siglo XIX, me trajo a la memoria la actitud que alguna vez oí identificar como la del poeta idiota. Trata del tipo que no puede enfrentar la vida cotidiana, un alguien a quien le resultan ajenas cuestiones tales como el precio de las cosas, mantener el orden en una casa, llegar a una cita a la hora prevista, o encargarse de la promoción de su trabajo. La denominación que nunca incluyó al género femenino, tenía que ver además con el supuesto de que el fulano trabajaba, es decir escribía, a salto de mata. La inspiración aparecía en él como un rapto y éste dependía de ella. Así y todo, siendo idiota digo, el sujeto en cuestión inspiraba ternura y más. Si las musas lo habían apartado de la vulgaridad de la vida cotidiana, le habían dado un yo no sé qué para dar forma a poemas entrañables.
Cuántos supuestos detrás del romanticismo, la bohemia, el gusto de vivir el presente, la licencia para imaginar y asumirse como alguien original y raro. Sin negar que quien tiene un temperamento artístico sea proclive a ver la vida de manera menos práctica, me interesó seguir el rastro de la imagen del artista como alguien a quien le es difícil poner los pies en la tierra. Un punto en el que entra a escena el concepto del arte por el arte, la corriente estética que se originó con Charles Baudelaire (1821-1867) y Teophile Gautier (1811-1872) en el Paris de las décadas post napoleónicas. Se vivía un tiempo que como señala el historiador William Gaunt, terminaba de desdibujar las esperanzas puestas en los logros de la revolución. Todo un bajonazo, al extremo que “la desesperación cundía entre quienes poseían suficiente inteligencia para experimentar alguna emoción”.
Dichos desesperos enfilaron contra la sociedad burguesa. Baudelaire y Gautier hicieron pública su opción por explorar sensaciones que desafiaran el recato. Propendían el consumo de drogas y una vida sexual licenciosa, actividades que más tarde debían reflejarse en sus obras. Los artistas rechazaban el comportamiento de los sectores en los que se encarnaba el conservadurismo y la tradición para crear un arte contestatario que nada tuviera que ver con la moral.
Todo se convirtió así en bohemia, es decir en un presente sin responsabilidad. La actitud romántica enseñoreándose del arte, valoraba la vida llevada al borde del abismo en contraposición a las banalidades del cotidiano vivir. Quien quería ser considerado moderno debía experimentar todos los desafíos a las llamadas buenas costumbres. Baudelaire consumió opio y su desordenada vida sexual le deparó contraer la sífilis que sobrellevó hasta su muerte. Su arte y su vida se convirtieron en el emblema de una emoción estética con sabor a: el único valor de la vida es vivirla intensamente.
Ninguna duda de que espíritus tan hostiles a las normas de la vida social fueran ampliamente objetados. En 1861 se impidió la publicación de "Las flores de mal", poemario de Baudelaire, censura que se repitiò con "Desayuno en la hierba" de Manet, censurado en 1863. Pese a todo, la actitud romántica se expandió en la rígida sociedad victoriana. LLegó a asentarse en Londres con artistas como James McNeill Whistler, pintor, Charles Swinburne poeta, y el crítico Horatio Pater. Los decadentes, como se llamó a los seguidores de Baudelaire, lograron incluso algunas victorias. Una de ellas el juicio que Wisthler, pintor inclinado al arte japonés y a un impresionismo tenue centrado en la forma y el color, ganó al crítico Ruskin.
Whistler consideró que Ruskin lo había insultado al hacer un comentario sobre una de sus pinturas. En palabras de Ernst Gombrich, Ruskin escribió: Nunca hubiera imaginado que un mequetrefe pudiera pedir 200 guineas por arrojar un pote de pintura al rostro público. Ventilado el agravio en juicio, la autoridad preguntó a Whistler sobre el tiempo que había empleado en hacer su pintura. Como éste dijera dos días, el mismo juez dio a entender que no le parecía justo cobrar tal suma por tan pocos días de trabajo. Whistler dio una respuesta contundente: No era por los dos días que cobraba sino por los conocimientos de toda una vida.
Todo menos la salida de un poeta idiota. Sin embargo Whistler no tenía los pies tan en la tierra. El juicio consumió todos sus ahorros y tras la victoria tuvo que declararse en quiebra.
Imágenes: James McNeill Whistler.
Texto: "La aventura estética" William Gaunt, 2002.
1 comentario:
very cool.
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