Susan Sontag (1933-2004), intelectual de izquierda norteamericana, constataba en los sesenta la emergencia de una nueva sensibilidad. Nueva York es pluralista ante los placeres de la forma. Para Sontag se había asociado seriedad a la cultura, mientras que lo camp, hacía emerger la diversión. Camp no eran sólo los objetos, incluido el vestir o la moda, sino las personas y hasta la manera de comportarse. El gusto por la exageración y el artificio con el que la autora confesaba simpatizar, hacía preferir lo decorativo, las texturas y la sensualidad a expensas de los contenidos.
El gusto camp era ligero y hasta cómico, transigía con la vulgaridad. Las manifestaciones masivas no le eran ajenas, pero no porque se aceptaba consumirlas tal cual, sino porque se contaba con hacerlas propias de un modo ´raro´. En buena cuenta de un modo teatral. Si alguien camp se inclinaba a adorar los placeres simples de la vida e incluso los masivos era porque los consideraba “el último refugio de lo complejo”.
Allí mismo se comenzó a simpatizar con lo feo, al punto de decir, es bueno porque es horrible. Lo camp en la mirada de Sontag, a quien se le llegó a considerar un árbitro de la nueva sensibilidad, era de todo punto de vista renovador.
Sucedió sin embargo, que las cosas no siguieron el rumbo previsto y en la reedición de su colección de ensayos de “Contra la interpretación” (1964), es decir en 1996, Sontag tuvo que volver sobre su análisis. Señaló entonces en la introducción que un período utópico había terminado. El valor del inicial repliegue de la seriedad no habìa traìdo ninguna ventaja dado que la nueva ligereza se había transformado en una actitud frívola y consumista.
La seriedad había partido para no volver y lo camp se había desdibujado al punto de desparecer. ¿Alguien volvió a oir siquiera la palabra? No, ¿verdad? Hay sin embargo tanta gentita camp hasta los huesos.
Imagen: Susan Sontag por Anne Leibovitz.
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