Hace más de dieciocho años que marido y mujer ajustaron sus vidas a un horario de oficina. La decisión de romperse los lomos obedeció siempre al temor de figurar en las listas de despidos. A la pareja le preocupaba menos que sus dos hijos crecieran en casa. Habían tenido la suerte de darse con Felipa, una muchacha llegada de la sierra central que se asentó en un barrio marginal al sur de Lima, antes de buscar trabajo en su casa. Desde un inicio Felipa se dedicó a cocinar, lavar, planchar y hasta a atender los permisos de Yuri y Nicolás. Le faltaba ayudarlos a hacer sus tareas, pero estudiar por las noches no la convertía en la guía ideal de un par de niños que comenzaban como ella su escolaridad.
De pronto las certezas flaqueaban en la familia. Nicolás con sus polos lavados al ritmo del detergente que borra manchas y deja las prendas relucientes, sufría para terminar la secundaria. A sus dieciocho años era capaz de decir que le gustaría estudiar para chef, sin saber siquiera hervir agua gracias al full service de Felipa. Sino para profesor de artes marciales aunque nunca se hubiera inclinado al deporte. Yuri en medio de todo, seguía los pasos de sus padres, ambos sin título universitario. A sus diecisiete años estudiaba secretariado.
¿Qué hacer con un joven que no lleva esa mezcla amorosa de atención, autoridad, juegos compartidos y ciertos ritmos de recompensa y castigo que todo padre debe usar para forjar un ser que crece?
¿Qué hacer con el desgano de quien acaba de ser reconocido por la sociedad humana como “mayor de edad” y que no cuenta con las herramientas para decidir su futuro?
¿Cómo contribuir a poblar el interior vacío que no permite contar con un motor propio para echarse a andar?
El descrédito de la fórmula “la letra con sangre entra”, inclina a pensar en una reeducación acelerada. Quienes gustan de los números podrían calcular en cuanto tiempo se puede reparar una ausencia de dieciocho años. A razón de cuantos meses por año perdido, se puede imprimir en la psique la fuerza para tomar decisiones.
Ojalá la vida en sociedad fuera bastante más que conseguir un empleo y lograr la tibia satisfacción de no figurar en una lista de despidos. Ojalá.
Imagen: Mark Kostabi
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