En este punto es justo decir que la ciudad se tiende alla abajo como un tablero cuya lógica provoca descubrir. El primer dato es tal vez la forma y el color. El verde de los arboles, las masas claras de edificaciones que en virtud de su altura conceden cierta profundidad a la mirada y el color brea de las pistas. No me ha tocado vista al mar que queda del otro lado, pero no me quejo. La panorámica es impactante y la disfruto a pesar de la sensación de descompensación horaria que tengo encima, felizmente no en su versión extrema. El jet lag o la disritmia circadiana, como también se llama a esto de pedirle al reloj interno que sintonice sus ritmos al viajar hacia un lugar muy lejano, llega a provocar confusion y hasta pérdida de memoria. En cualquier caso me hago cargo, si acaso suena a hipérbole mi apreciación de los japoneses, hombres y mujeres de todas las edades, que he visto hasta el momento en las calles.
Puntuales, delgados y en extremo amables, tienen el vientre plano y no dejan de sonreir por mas que llegue la noche. Agreguen ustedes que la mayoría habla un inglés tan desprovisto de brillos como el mio, lo que me da la ilusión de una fluidez que no poseo. Si han aceptado las marcas y establecimientos que impone la globalización, no distraen a sus habitantes con el corte usual de los carteles publicitarios de Occidente. Hasta ahora no he visto paneles con hombres y mujeres glamorosos pretendiendo que todo humano aspire a volverse guapo y famoso. Contemporáneos, los japoneses no hacen a un lado los ritos de su cultura. Les lanzas un arigato gozaimashita, agradecimiento que aprendi en mis clases de karate, y se inclinan con deferencia.
Me pregunto que hacia yo hasta hoy que conoci una urbe japonesa. Como para decir que el Japón tiene mucho para imitar.
1 comentario:
me gustaron las dos fotos, y las dos perspectivas tan distintas de esa rueda que se parece al de Londres...
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