Estoy leyendo al psicoanalista Christhoper Bollas en "La sombra del objeto" (1987). Su reflexión gira en torno a la memoria de los años sin lenguaje. ¿En algún lugar de nuestra psique queda algún rastro de aquello que vivimos cuando éramos bebés?
La imagen sugiere que habría que hacerse de una llave para dar con tal rastro. Siguiendo a Bollas se puede afirmar sin embargo, que aunque su propietario no lo sepa, dicho rastro salta a la vista.
Se revela en el carácter y en nuestro talante para existir. Sin descartar que se presenta también en el lenguaje no vocal con el que solemos tratarnos. Hay por ejemplo quien se dice y se redice que no sirve para nada. Motivo para suponer que alguna experiencia traumática de los primeros años proyecta en esa voz predeterminada. Poco importa que el auto agresor crea que vive a su albedrío y sólo en el presente.
El amoblamiento psíquico demanda un esfuerzo a lo largo de la vida. Y aunque el adulto quiere saber poco de cambios, la vía para recuperar esos años de sombra es convertirlos en pensar. El destino ideal de esa porción de nuestra memoria, cobra forma en la sesión terapéutica por el mero hecho del lenguaje.
El paciente parece hablar sólo y deshilvanadamente, haciéndolo en la compañía del terapeuta. Su meta es integrar esa relación muda de "lo sabido no pensado", que ha mantenido consigo mismo. Aquel que quiera olvidarse de esas partes de si mismo, haciendo a un lado el trabajo psíquico que exige su rescate, las ha de percibir sólo como una sombra.
El lenguaje de Bollas seduce aunque parezca cursar una invitación a emprender un viaje masivo hacia los rincones del alma. Hay que tener en cuenta que el valor del modelo que formula, parte de su experiencia clínica y de la ayuda que haya podido brindar a otros a transformar su vida.
Deja con la boca abierta su relato de un hombre que cada vez que iba por la ciudad y veía caminar en dirección opuesta a un hombre joven, sentía la convicción de que éste iba a poder ayudarlo. A continuación le ocurría sin embargo, experimentar una sensación de ausencia y blanco. En el tratamiento, Bollas le ayuda a descubrir la sensación de júbilo que experimentaba al ver venir a su madre. Un éxtasis que se diluía cuándo élla tras una fugaz caricia, lo entregaba a la niñera vestida precisamente, de blanco.
Boquiabierta y todo, coincido con una elección personal de la luz. No sólo el diván salva a cada quien. El caso es hacerse cargo hasta de las propias sombras. No maltratarse.
Imagen : Ian MacKinnel
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