lunes, febrero 26, 2007

Testigo de un bloqueo

Abro hoy la página de RPP, la estación de radio local y me doy con la noticia: "Bloquean por más de dos horas kilómetro 58.5 de la Panamericana sur". Ni el titular ni la información reflejan la sensación que experimenté al estar en el lugar de los hechos como me ocurrió, déjenme contarles.


El reloj marcaba las diez cuando prendí el motor del carro. Revisé el marcador de gasolina y luego aceleré. Me esperaban cuarenta y cinco minutos para llegar al kilómetro setenta de la Panamericana sur. La persona que me acompañaba, había olvidado su porta documentos en su casa de playa y viajaba hoy en la madrugada, así que era eso o perder el vuelo. La ruta está bien señalizada me dije, por qué pensar en riesgos.

Nos dimos con el bloqueo de la carretera cuando éste tenía ya unos minutos. Dos camiones de carga detenidos en medio de la pista, el chofer de uno de ellos haciendo señas nos obligaron a parar. ¿Qué ocurría? Tras un par de minutos de espera opté por retroceder. A la derecha tenía el acceso al puente de Pucusana, un brazo de la ruta para tomar el regreso a Lima. Obtuvimos entonces una vista que erizaba los pelos. La larga hilera de luces de vehículos encajonados, sólo podía presagiar una desgracia.

Con el teléfono celular a la mano mi acompañante y yo buscamos salir de dudas. Nuestro contacto en Lima se preocupó, pero no estaba enterado de lo que estaba ocurriendo. ¿Regresábamos o no? Decidimos esperar con el motor encendido. Pasaron diez minutos, quince. Algunos peatones comenzaron a circular entre las sombras. Volvían de los ómnibus detenidos más adelante y no todos tenían rostros amigables. Nos dirigimos a quien nos pareció más confiable.

El chico vivía en la zona, en el asentamiento Benjamín Doig, y resultó asequible. El bloqueo tiene para rato nos dijo de entrada. Es una protesta por los accidentes que ocurren aquí mismo. Por la tarde, una niña de cuatro años había muerto arrollada por un ómnibus y su madre estaba grave en el hospital. Las autoridades no habían escuchado el clamor con el que los pobladores habían solicitado ya en varias oportunidades la construcción de un puente peatonal.

¿Y tú que vas a hacer?, le dije. Esperar no más, respondió; debía ir unos kilómetros más arriba y quedarse por allá hasta el martes. En el horizonte no se veía ni un carro policía, ni una autoridad de la administración de carreteras. Nuestra vuelta a Lima sin porta documentos era un hecho.

De regreso encendimos la radio para oir las noticias por RPP. Una voz se refería al bloqueo de la carretera para censurar la actitud de los pobladores. Con violencia no se logra nada, decía. Pasaba por alto que con una dosis extra de prepotencia, o indiferencia de las autoridades, tampoco.

Cada vez que tomamos contacto con la frágil línea que separa el comportamiento civilizado del que no lo es, nos toca agredecer la suma de hábitos que practicamos en la vida cotidiana. Una vez más se evidencia la necesidad de educarnos en materia de tránsito. Las calles y las pistas son finalmente, los espacios donde transcurre la vida que se supone hacemos en común. El lugar también donde comprobamos que la zozobra puede estar a la vuelta de la esquina.

No hay comentarios.: