Pensaba hoy en esos amores de pareja entrañables en los que aparece incluso un toque de delirio, cuando cayó a mis manos la historia de R. B. Kitaj (1932). El pintor de origen norteamericano reside hoy en California tras permanecer treinta años en Inglaterra. Hizo maletas tres años después que su retrospectiva en la galería Tate de Londres del año 94 recibiera una crítica nefasta.
Allí mismo Kitaj dejó sentado que la mala prensa había intentado cometer dos asesinatos de corte antisemita. Siendo judío, había querido eliminar primero su obra y en seguida a él mismo. Llamó ratas llenas de resentimiento a quienes no creían que se pudiera siquiera llamar arte a sus pinturas.
El infortunio del Kitaj no quedó sin embargo allí. Semanas después del entredicho, su mujer, Sandra Fisher de cuarenta y siete años, murió de una hemorragia cerebral, a lo que el pintor declaró que había sido la crítica la que la había matado.
El autor que ha combinado expresionismo, pop y la escritura de textos que pretenden dar luces sobre el simbolismo de su pintura, no ha dejado de tener sin embargo, un lugar en la historia de las manifestaciones plásticas. No importa que desde que volviera a su país continuara no sólo pensando en Sandra sino pintándola, para ser justos entre otros temas.
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