Bosh vivió en una época de costumbres relajadas. Campeaba la corrupción en la iglesia, aunque se mantenía el miedo de no salvar el alma y el pueblo invertía en comprar indulgencias. En la orilla opuesta, Hieronymus se identificaba con los movimientos que iban en busca de una vida austera y de purificación. El pintor cumplió el papel de un predicador visual. Advirtía rotundamente a sus contemporáneos y en particular a los clérigos proclives a los excesos, los riesgos de una vida licenciosa. Los pecadores, aquellos que sólo pensaban en los bienes de este mundo representados en el heno, en la imagen de abajo, irían al infierno.
El tiempo que precedió la Reforma, fue propicio también para la alquimia y su búsqueda de la sabiduría. Un símbolo de los alquimistas como el huevo se reitera en la obra de Bosh. Amén de los peces, las mezclas humano-animal, los árboles, las ratas. Con calma uno podría detenerse en un trozo de cada uno de sus lienzos por un buen rato.
Sobre el huevo en particular, el siglo XV y su misterio aludieron a la pequeña esfera para referirse al tema de la generación. Urgía un segundo nacimiento. Despojarse de la cáscara de la ignorancia para llegar al conocimiento.
Mi recorrido terminó en una pregunta, ¿estaremos tan lejos?
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