Mi visita a las instalaciones del NOLA me hizo pensar en la importancia del marketing para atraer gente al arte. En la ciudad del jazz esta opción apenas funciona, probablemente es una saga de la catástrofe del 2005. Por lo mismo en los pasadizos del edificio de corte neoclásico
estuve prácticamente sóla. No había cafetería, una pena cuando es tan grato hacer una pausa entre mirada y mirada con un café y algo ligero. La tienda del museo si estaba operativa y encontré un libro sobre la estancia de Degas, el impresionista en Nueva Orleans a precio bobo. La madre del pintor había nacido en esta ciudad.
Los nombres de los grandes del modernismo están representados en la edificación de tres pisos. Me gustó encontrar un par de cuadros de Picasso, Braque, Modigliani, Miró entre otros. Hay bastante más del Renacimiento italiano y del barroco holandés, descubrí a una holandesa que no conocía, Cornelia de Ryck. Más que nada las paredes del museo cuentan con obras contemporáneas de estadounidenses, algunas con su dosis de maná que me soprendieron. En fin, le pegué una mirada al arte precolombino que de eso tengo en casa, y a una colección de vidrios y porcelanas europeas.
Anoche he volado a Miami donde me encuentro lista para proseguir esta aventura de dos semanas. Veo hoy que encuentro y lo escribo.
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