martes, octubre 02, 2007

A los misterios algunas flores

Les contaba ayer que iba a escribir unas líneas en memoria de cuatro compañeras del colegio fallecidas hace unos años. Voy a leer el texto en una misa de conmemoración, un tanto sorprendida. No pensé que pudiera encontrar el hilo de ideas y sentimientos en torno al tema. Me preguntaba qué color podría tener la muerte. El negro pensé, ¿no es acaso el color que se usa en los velorios? Casi enseguida me interrogué, ¿y la vida? Debe ser el verde dije. Se asocia a la esperanza. A veces nuestras mentes funcionan así. Eligen los datos más simples y se guían de reglas que no siempre se cumplen. Sucede sin embargo, que esa suerte de caminar en automático nos aleja de un mundo de significados. El negro es también un color elegante, casi el mejor para un vestido de noche; y algunas vidas vagan sin rumbo, no importa si están en medio de un parque entre todos los matices del verde.

Estoy tratando de decir, que si esta noche hacemos una pausa al vértigo cotidiano y tenemos presentes a C. G. F. y L., nuestras compañeras de colegio, es para celebrar la vida. A incluir sin medir el tiempo, sus intensidades y nostalgias. Nuestros recuerdos sin embargo, no apuntan a desalojar la muerte. Como decía el poeta Rainier María Rilke, levantar un muro de protección frente a lo inexplicable empobrece la existencia. La vida no es tal si excluye toda pena, toda tristeza.

Por mi parte, recuerdo a G. a punto de dar a luz. Pasaba yo por la clínica y allí estaba ella esperando las señales de su nueva maternidad. La visité sin haberlo previsto, sin saber todavía yo en que consistía eso de ser madre. De L. me viene a la cabeza su voz ronca, sus maneras quedas un tanto austeras, su pelo negro. De F. el recuerdo es más vago. Una risa, el salto a la soga de un cocherito leré en el patio de primaria. Con C. compartí muchos momentos. El final de la universidad, el inicio de la vida profesional, el mudarse a vivir juntas y tener que vérnoslas con detalles domésticos para los que ni una ni otra estábamos dotadas. C. me enseñó a preparar unos tallarines que nos parecían sabrosísimos y yo la hice escuchar música latina que por cierto asimiló con mucho ritmo. Recuerdo sus pasos de mambo y sus momentos felices, sin olvidar la tristeza que hacía las veces de un viento fuerte e imprevisible que le venía de dentro, y la hacía tambalear por ratos.

Como para pensar que los momentos en los cuales recordamos y extrañamos nos inspiran a ordenar nuestra vida. Ojalá que a encontrarle matices que nos enriquezcan. Si la poesía pide para los misterios algunas flores; y la desaparición temprana de vidas humanas lo es, la religión invita a elevar una oración.

Imágenes: Jennifer Bartlett

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