La última edición de un boletín electrónico que recibo periódicamente, rescata un libro de su biblioteca: El “Diccionario de las artes” del español Félix de Azúa. El texto que se publicó en 2002, tiene las características de un ensayo basado en el seguimiento del escritor a los medios de comunicación durante dos años, y en la consulta bibliográfica. La nota me provocó volver a algunas de las entradas del mencionado diccionario y así lo hice aunque recordaba haber entablado una relación de molestia casi personal con el autor. ¿El motivo? Su comentario en el apartado `Abstracto´sobre Kandinsky, donde sin otros argumentos que la ironía califica de disparate su pintura.
Miren ustedes que a diferencia de la postura que adopta con Kandinsky el autor se irroga a sí mismo el pleno derecho a disparatar. Esta cita es de su “aviso a lector”en el mismo diccionario: “El escepticismo con el que considero la vida después de la muerte me aconseja ser también muy escéptico sobre las posibilidades de que haya una vida antes de la muerte. Es posible que las artes no hayan muerto; es posible también que no hayan nacido”.
Como fuera y aligerada mi furia, me detuve en una entrada sobre el destino de artistas y filósofos. El autor cita un trabajo de Ann Cauquelin, filósofa a quien le interesaron las leyendas sobre ambos oficios. De los artistas han llamado la atención sus comienzos. Se ha dicho por ejemplo de Giotto que de niño dibujaba en una piedra mientras cuidaba sus ovejas, cuando acertó a pasar por allí Cimabue. Al ver al pastor tan talentoso, el maestro lo condujo a su taller junto con la piedra y el rebaño dice el gracioso de Azúa “en donde hizo de todos ellos un solo y único Giotto”.
En el caso de los filósofos, lo que ha interesado en cambio son sus muertes. Empedocles se arrojó al río de cabeza y Crisipo murió de un ataque de risa. La luces del amanecer y del atardecer se reflejan en estos dos quehaceres humanos. Señala de Azúa: "En la imaginación popular, el arte es un niño que juega con el fuego divino ante un espejo, en tanto que el pensador es un anciano que mira apagarse la tarde sobre un cementerio de quebradas lápidas”.
He encontrado una ampliación sobre la muerte de Crisipo. Tras ver a su burro irse detrás de unos higos, al pensador se le ocurrió darle de beber vino lo que produjo en él mismo carcajadas. No hay mención sobre el modo en que se vió afectado el piajeno con el alcohol. Tampoco referencias de su final.
Para darle una oportunidad a mi ambivalencia con don Félix de Azúa, me digo que voy a releer su diccionario y de pronto sigo hasta su blog.
Imagen: Giotto en la Capilla de la Arena en Padua.
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