Miren ustedes que a diferencia de la postura que adopta con Kandinsky el autor se irroga a sí mismo el pleno derecho a disparatar. Esta cita es de su “aviso a lector”en el mismo diccionario: “El escepticismo con el que considero la vida después de la muerte me aconseja ser también muy escéptico sobre las posibilidades de que haya una vida antes de la muerte. Es posible que las artes no hayan muerto; es posible también que no hayan nacido”.

En el caso de los filósofos, lo que ha interesado en cambio son sus muertes. Empedocles se arrojó al río de cabeza y Crisipo murió de un ataque de risa. La luces del amanecer y del atardecer se reflejan en estos dos quehaceres humanos. Señala de Azúa: "En la imaginación popular, el arte es un niño que juega con el fuego divino ante un espejo, en tanto que el pensador es un anciano que mira apagarse la tarde sobre un cementerio de quebradas lápidas”.
He encontrado una ampliación sobre la muerte de Crisipo. Tras ver a su burro irse detrás de unos higos, al pensador se le ocurrió darle de beber vino lo que produjo en él mismo carcajadas. No hay mención sobre el modo en que se vió afectado el piajeno con el alcohol. Tampoco referencias de su final.
Para darle una oportunidad a mi ambivalencia con don Félix de Azúa, me digo que voy a releer su diccionario y de pronto sigo hasta su blog.
Imagen: Giotto en la Capilla de la Arena en Padua.
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