Me tocó viajar hoy en el asiento de copiloto de alguien que conozco. ¡Vaya! Ya era tarde cuando me di cuenta de que no teníamos el mismo punto de vista no sobre la vida sino en materia de desplazamientos en vehículos de cuatro ruedas. ¿Será lo mismo? A recordar que el tráfico en Lima es una aventura y que la química también funciona cuando de emprender dicha aventura se trata. Mira yo manejo así, si te va bien subes, sino…
A mi modo de ver conducir exige una filosofía portátil, empeño que se logra tras emprender el diálogo con uno mismo. Propongo un auto examen medido en unidades de Eros o Tanatos e incluyo un sumario de varios acápites: El poder desde una máquina de cuatro ruedas, el respeto a las reglas, la prisa, el civismo, el papel de la educación y/o de las fuerzas del orden. La resultante es intentar contribuir uno al orden de las calles o sumarse al oscuro razonamiento de quienes tienen a su cargo cualquiera de las ´combis asesinas´ como llamamos a los vehículos de transporte público que pululan en la capital.
Caben matices y para no ser desagradecida con quien me trasladó, diré que podría pulir su filosofía. ¿Dónde se han metido los policías?, le oía exclamar yo cada vez que intentaba ejercer el derecho al paso y no encontraba eco en el conductor de una combi asesina. Con el alma en un hilo comprobaba yo que las llantas del vehículo público prácticamente rozaban mi ventanilla. Tierra de gigantes. No me animaba a discutir con el piloto del carro en el que me encontraba que había que cambiar la interrogación. Antes que dónde están los policías tocaba preguntar, ¿dónde están los educadores?
Concluyo. Un desplazamiento hacia cualquier punto de la ciudad debiera ser grato, tanto (incidencias de la infinidad del cosmos aparte), como la vida que uno ha decidido llevar. Una opción que decididamente no incluye la lucha en las calles.
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