La lucha por tener un cuerpo. ¿Cuánto tiempo la pintura se sumó al afán con el que la civilización buscó espiritualizar la existencia humana? Cuerpos alargados que expresaban la gracia de la inmaterialidad. Formas higiénicas que exhibían una limpieza que quería pasar por natural. ¿Cabe asociar acaso a una célebre retratada como la Monalisa, al proceso alimentario? Quien sabe podríamos imaginarla ingiriendo algo de pasta, hecha a base de agua y sémola a la usanza de la Italia del siglo XVI, pero jamás cumpliendo con la función excrementicia. Los artistas del Renacimiento se nos ha dicho en distintos tonos, manejaban pinceles fabricados con los cabellos de un ángel. Sin cabeza, tronco y extremidades, tampoco ellos se ensuciaban.
Hace buenas décadas comenzó el recorrido inverso. El pincel quedó en muchos casos desplazado por la espátula o el chisguete de pintura y salió a relucir la innoble materia fecal como señala el profesor Pere Salabert. Su libro "Pintura anémica, cuerpo suculento"(2003) documenta la incorporación de todo tipo de materialidades al imaginario plástico contemporáneo. El arte abrió la puerta a magulladuras, la orina, los vómitos, la menstruación o el semen como productos que recuerdan nuestra naturaleza dual. Ninguna excepción para la naturaleza del artista.
Algo va a a pasar, ¿pasó ya?, ¿o no deja deja de pasar? Un aire sado masoquista se mantiene en escena desde los años sesenta. La belleza asociada al arte, sigue de vacaciones. Completa el panorama la negación de la muerte y la falta de espiritualidad que recorren la cultura en general. Algunos desean una vuelta atrás. Otros, y me encuentro entre ellos, nos identificamos con una línea en la que la representación plástica admite matices.
La vida transcurre como si alguien hubiera dicho: ¿Quieren cuerpo? Tengan cuerpo.
Imágenes: Photoshop con tres pinturas de Rosa Benites
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