ial de pastas amarillas sin lograrencontrar nada sobre el autor que estaba buscando. ¿Dónde están los libros de Roberto Bolaño?, le pregunté al vendedor más a la mano. ¿Me dice del Chavo del ocho? me respondió él. ¿Qué?, no era broma, el hombre conocía muy poco de su oficio y si se refería al personaje del mexicano Roberto Gomez Bolaños era además porque no tenía una inteligencia lo que se dice muy despierta. Pensé que el cómico que hace también de Chapulín Colorado hacía sonreir con sus ocurrencias de niño viejo, qué tendría eso que ver con la sutileza revestida de sencillez del “más influyente y admirado novelista en lengua española de su generación", según dice la contratapa de uno de los libros del autor que recién he descubierto. En el instante se me ocurrió que el vendedor y yo éramos figurantes de una obra que pretendía demostrar el abismo entre cultura televisiva y literatura. Subsiste aún en la post- posmodernidad y la diferencia radica tal vez en que la alta cultura no pretende mirar ya con ojos desdeñosos a la cultura popular. Pero en fin me dije, y al despistado, que no quería leer nada del Chavo del ocho. Reparé entonces en la vendedora que atendía a unos clientes un poco más allá y tras esperar que terminara repetí la pregunta. La mujer hizo un gesto solvente y me señaló cuatro libros del chileno. Y si quiere tenemos éste también, extrajo un quinto de una fila a la izquierda. Es “2666”, la obra máxima de Bolaño hizo énfasis, y al notar mi interés prosigiuó:“Los detectives salvajes” está agotada, pero nos han dicho que llega en la quincena de enero. Gracias, gracias, repetí sorprendida acercándome a hojear uno de los ejemplares encintado en rojo con ´tercera edición´ la novela iba en su octava ídem. Vaya con la reimpresión del escritor tras su muerte (2003). Sólo decirles que voy a comenzar con la novela que tiene 1119 páginas. Una suerte de viaje para despedir el 2007. Voy al futuro.




















Curioso paralelo en la primera década del nuevo siglo, a propósito de un estilo que se impuso en los años sesenta. Una suerte de escultura salida del cuadro que lleva un ritmo. Cada espectador decide hasta hoy que hacer con su percepción o con la textura que aparece ante sus ojos. Vale mover el cuerpo.















El artista Panamarenko, nacido en Amberes 1940, con un poco de ingeniero, escultor y poeta, ha centrado su producción en la idea de volar sin la intención de que ello suceda realmente. Un hito en el arte belga, para el crítico 

A lo que voy. La parte kitsch del fútbol en el Perú, es negar la posibilidad de perder. Curioso que así como se anhela ganar y aún sin victorias reales, el kitsch del éxito venda. Una goleada como la de hoy tiende a verse como catástrofe. No tenemos pundonor se dice, pero basta pensar en el siguiente partido para hacer renacer una esperanza extraviada. Ahora sí nos sonreirá la suerte, se vuelve a lo mismo considerando que en el fondo si tenemos el "yonosequé" de los vencedores. Un raciocinio sin lógica y con sentimientos que hablan de desaliento, frustraciones y falta de criterio para manejarlos.
Constatamos que a veces toca experimentar dolor. Resulta que aquello en lo que creíamos con fervor ha perdido sentido y que lo que llega para reemplazarlo, antes que una idea acabada y salvadora, no es sino una incertidumbre. Para Zatonyi confiar en el lado poético de la existencia es una ayuda para tomar eso que viene como una bella incertidumbre.



