Terminé de leer ´Ensayo sobre la ceguera´libro del premio Nobel José Saramago (1922) que salió a la luz hace trece años. Una amiga me pasó un ejemplar de la undécima impresión. Vaya. En un mundo que promueve un registro tan ligero de las cosas, resulta difícil imaginar tal número de lectores.Yo misma había eludido su lectura, aún cuando la frase del inicio Se iluminó el disco amarillo, me hizo pensar la vez que lo abrí en una librería, que sintonizaría con el estilo. El ensayo es una obra cruda. Una parábola sobre el mundo actual en su dimensión poluída, contaminada, egoísta y poco previsora. Escarapela al mostrarnos que no reparamos en lo valioso que es tener unos ojos. En su lado más íntimo, al poner en evidencia el automatismo que nos lleva a desperdiciar la posibilidad de recorrer con paciencia los rostros de los seres que amamos. Basta imaginar el virus que desata la pluma de Saramago para que comiencen a quedar ciegos uno y otro humano. Un pueblo entero enceguece y por tal abandona sus formas civilizadas. El mar de leche que le cubre los ojos demuestra que su estado -nuestro estado- de civilización es precario. Todo se trastoca. La producción, la circulación y el consumo de bienes. Es imposible contar con agua y luz, si nadie puede ocupar su puesto de trabajo en las empresas que proveen estos servicios. La parábola del portugués hace pensar en el poder de los Bancos si guardan un dinero que no permite siquiera comprar alimentos. El ambiente de progresiva descomposición convierte en feroces incluso a los animales domésticos. Ellos tampoco tienen que comer. Saramago abre la caja de males para recordarnos la voracidad que nos habita. Sólo un azar preserva a una mujer de la ceguera convirtiéndola en guía física y espiritual de un colectivo de desesperados, que viven fuera del tiempo tal como lo concebimos.
El texto de Saramago resulta después de tantos años como toda parábola, absolutamente vigente. No voy a decir que me ha dejado golpeada, lo estuve a lo largo de los días en que administré mi lectura. No habría podido digerirla de un tirón. Extraigo una cita que hace de reflejo de lo que logra en nuestra sensibilidad el escritor: "Las palabras son así (...) se van juntando unas con otras, parece como si no supieran a donde quieren ir, y de pronto, por culpa de dos o tres, o cuatro que salen de repente, simples en sí mismas, un pronombre pesonal, un adverbio, un verbo, un adjetivo, y ya tenemos ahí la conmoción ascendiendo irresistiblemente a la superficie de la piel y de los ojos, rompiendo la compostura de los sentimientos (...)".
Imagen: Pieter Brueghel el viejo, 1568.
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