Era un ex yonqui. Un chico que se curaba de la adicción al consumo de no sé qué droga. Para el caso da lo mismo si se tiene en cuenta que ni él había mencionado la sustancia que lo había convertido en su esclavo ni a mí se me había ocurrido preguntarle. Supongo que comencé a escucharlo para aliviar el tedio de la espera. El destino de quien va a un banco del que no es cliente es dedicarse a mirar por lo menos media hora las esferas digitales colgadas sobre las ventanillas. El trance en pos de ver aparecer el número del ticket que uno recaba a la entrada de la entidad financiera para iniciar cualquier gestión, convierte en remota toda sociabilidad. No se suele mirar a nadie y si aparece una frase suelta eso es todo. ¿Qué provocó que mi vecino de butaca, delgado, pulcro y sin visos de haberse dejado arrastrar por el infierno de la adicción, me lanzara de entrada el tema de su rehabilitación? Extraño además que me causara una impresión favorable y que a continuación lo mirara yo con la misma naturalidad con la que él se había dirigido a la desconocida que tenía a su costado, es decir a mí.
Mi gesto lo animó, al punto que comenzó a confiarme sus dudas en torno a lo que sobre la marcha identifiqué como el umbral de la conciencia. Lo inquietaban las imágenes que lo habitaban. ¿Imágenes?, dije midiendo todavía mi interés. No las puedo retener acotó y se revelan sólo en ciertos momentos del día. Es casi una película con personajes que mantienen diálogos apenas inteligibles. ¿Qué dicen? quise saber mirando de reojo la espalda de una mujer que se levantaba en la fila de adelante, pero de inmediato me desentendí para concentrarme en la respuesta del chico.
No lo sabía. Pensaba en todo caso que se trataba de una memoria sobre eventos no ocurridos. Tal como pasa al navegar en Internet, acotó. No lo esperaba. Habría jurado que su relato terminaría en algún tipo de misticismo y enrumbaba en cambio hacia la Red. El chico comparaba las imágenes de las que había comenzado a hablarme con las cookies de Internet. ¿Cómo es eso? interrogué. Se trata de trozos de datos de la vida cotidiana que se guardan en el cerebro sin que nos demos cuenta, me respondió con soltura. El cerebro es nuestro disco duro, ¿no? y cada contacto que hacemos es como una navegación que deja huellas. Para algunos reaparecen sólo como imágenes. Mmm… dije intentando seguirlo.Cada cierto tiempo intentaba ir al encuentro de esa suerte de murmullos visuales como los describía, deteniéndose en el espacio vacío entre un par de líneas del libro que estaba leyendo. Le sucedía entonces que la ausencia de todo signo gramatical le permitía llenar la página con una secuencia por poco cinematográfica. En este punto se interrumpió. ¿Estaba yo enterada de que William Burroughs, el poeta yonqui trabajó alguna vez como exterminador de cucarachas? No, iba a responderle cuando vi mi número en la pantalla. Al parecer me había distraído porque el operador lo repitió tres veces seguidas. Perdón tuve que decir entonces. Miré a mi interlocutor señalando la ventanilla, es mi turno.
Ya de pie frente al cajero y por tanto de espaldas a la banca donde me había sentado, traté de concentrarme en la entrega de billetes. Mostré mi DNI, firme el talonario que me alcanzó el empleado bancario, conté el dinero y lo guardé en mi billetera. Me preguntaba sobre lo que ocurriría con la conversación que había entablado. ¿Pasaría al lado del chico diciéndole hasta luego? ¿Me quedaría un rato más para dejar constancia de que en realidad me interesaba lo que vivía? ¿Nos haríamos amigos?
Bastó volver a mirar el sector de butacas en el que acababa de estar para que mis interrogaciones se interrumpieran. El chico no estaba allí y tal como pude comprobar a continuación, tampoco en las ventanillas. Descarté preguntar si alguien lo había visto. En realidad no había prestado atención a los rostros que me rodeaban. ¿A quién podría dirigirme?
Caminando en dirección a la salida, me sobrecogió una sensación, acaso un presentimiento. ¿No habría sido yo la que había entablado un encuentro con el umbral de la conciencia?
Imagen: Gerry Snyder.
4 comentarios:
Lichi, cada día tu prosa es más fluida y honda. Me ha gustado mucho este post. El de la cola en el ministerio también. Las experiencias de ´en cola´son mágicas. Valdría la pena un libro entero dedicado a ellas. Claro, el próposito no amerita pasarse los días haciendo fila, pero... quién sabe, de repente uno aprende y goza más de lo que imagina. jé.
Una propuesta para tener no sólo la vista flaca supongo.
Gracias lectora anónima de la risa en¡je! Me das ánimo.
Gracias lector/a anónimo/a de la risa en ¡je! Me das ánimos.
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